La sinfonía musical de un país la componen principalmente la industria, el público, la crítica y, por supuesto, sus intérpretes. La cultura y la educación en esa materia constituyen, en suma, el cuerpo de un fenómeno que en España funciona a fogonazos y rachas intermitentes de optimismo. Más allá del folclore genuinamente español, suele decirse que este país carece de una alta tradición musical en los dos extremos de la balanza: el pop y el mundo sinfónico. Ya saben, en los sesenta eran las bandas municipales y Los Brincos, contra La Filarmónica de Berlín (o cualquier orquesta centroeuropea) y los Beatles.
En los últimos años, los esfuerzos en inversión y en trasladar el mensaje de la música crecieron enormemente. Concretamente, en las últimas dos décadas, desde que entre otras cosas se creó una red de escuelas municipales de música amplísima y razonablemente eficaz. Como era de prever, los recortes que devastan la cultura en España amenazan también con llevárselas por delante.[...]
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